Para el artista ecuatoriano Juan Cristóbal Sánchez la línea es una idea fija, una manía que lo ha hermanado con el dibujo. Su obra ahora es parte de una muestra que se exhibe en la galería Sara Palacios y de un libro que publicó con Dinediciones.
La línea
¿Qué es una línea? Para la mayoría de personas esa pregunta tiene una respuesta rápida: una sucesión continúa e indefinida de puntos. Para Juan Cristóbal Sánchez (Quito, 1999) la misma interrogante tiene una respuesta más pausada, porque él ha convertido a la línea en la esencia de su trabajo, una buena parte se puede ver por estos días en la galería Sara Palacios.
Lo primero que dice, después de pensar unos segundos, es que la línea es lo que le permite plasmar las ideas que rondan en su cabeza y que tienen mucho que ver con sus lecturas; sobre todo, con las de Jorge Luis Borges. Luego hace una pausa y suelta, a modo de afirmación, que concibe a la línea y al dibujo como una herramienta del pensamiento.
En la serie que se exhibe en la exposición ‘Línea memoriosa’ hay pocas líneas sueltas, la mayoría son parte de un entramado con el que Sánchez dibuja las cabezas, los espacios geométricos y las manchas que pueblan sus obras; varias son de pequeño y mediano formato, pero también hay un puñado de dibujos que cubren paredes enteras.
El trabajo para esta serie comenzó en el primer año de la pandemia del covid-19 y terminó hace pocos meses. Todos los dibujos tienen la misma técnica: plumeado, y fueron creados sin un boceto previo. Son imágenes que saltaron de su mente al papel, como las de ‘La furia de seres distintos y extraños’ que, dibujó durante el paro de julio de 2022.
Este joven artista siente que, a veces, las líneas que dibuja tienen vida propia. La artista y galerista Sara Palacios agrega que la potencia de sus líneas está en la perspectiva y en la profundidad que arma en cada entramado. “En algunas obras se puede ver, incluso, cómo construye hasta tres planos con esos entramados de líneas, que en esta serie son solo en blanco y negro”.




Juan Cristóbal
Sánchez inició su conexión con el arte cuando tenía 12 años. En las vacaciones en las que pasó de la escuela al colegio conoció al maestro Antonio Arias. El pintor quiteño se mudó a vivir a su urbanización y su padre le pidió que le diera clases. Lo primero que hizo fue la rosa cromática en acuarela, para después experimentar con todas las técnicas.
Cuenta que aprendió mucho de Arias, pero que un día se sintió “preso”, porque no tenía la libertad que necesitaba para crear. Entonces decidió que iba a seguir su formación por cuenta propia. Su primer taller funcionó en un rincón de su casa, pero pronto se apropió del comedor. Logró que sus padres vendieran la mesa y compraran una de dibujo.
Su interés por la línea estuvo presente siempre, pero comenzó a tener más importancia cuando se encontró con ‘Pluma y murmullos’, el libro de Miguel Varea publicado por Dinediciones. La influencia del pintor ecuatoriano salta a la vista al ver los entramados de Sánchez. Él lo reconoce sin reparo y advierte que admira su obra.
Sus estudios en Arquitectura y las residencias artísticas le han permitido seguir explorando con la línea y crear de una manera copiosa. Por eso, a la par que preparaba su primera exposición individual, trabajaba en la publicación de ‘Fisonomicomio’, el libro, en forma de bocetero, en el que reúne buena parte de su obra y que incluye un texto de Humberto Montero.
